martes, 16 de junio de 2009

EL SEXTO DÍA


REAL ACADEMIA DE CIENCIAS VETERINARIAS DE EXTREMADURA
SOLEMNE SESIÓN DE INVESTIDURA COMO ACADÉMICA CORRESPONDIENTE.

Discurso de Ingreso. 17 de febrero de 2009
Dra. Dña. Eva Mª Pérez Merino.



Ilmo Sr. Presidente,
Ilustrísimos Sres. Académicos,
Señoras y Señores.

Quiero que las primeras palabras que pronuncio en esta Academia sean para agradecer a todos y cada uno de a los ilustres académicos que la componen, el voto de confianza que han depositado en mí al admitirme en esta sabia institución, y también, su calurosa acogida. Me siento muy honrada y solo espero no decepcionarles en demasía.
A ellos me dirijo y también al resto de la audiencia, para confesarles hoy que, a tono con el ambiente de crisis que nos rodea, recientemente he descubierto que yo misma soy una persona cargada de deudas.
Estoy en deuda con mi padre y con mi madre. A mis padres les debo este cuerpo físico y todo el bagaje moral, el comportamiento ético y la educación que lo completan. Les debo cantidades ingentes de desvelos, de dedicación y de cariño. También les debo una enorme cantidad de dinero, porque hay que ver lo cara que es la crianza y la instrucción académica de una hija, sobre todo si esta es manirrota y dispendiosa, como es el caso. Toda esta deuda se acrecienta al extenderse hasta la siguiente generación, que disfruta de su fervor, y del mejor servicio de transporte escolar, comedor infantil y centro de juegos que un niño pueda tener.
Estoy en deuda con mi marido. A mi marido le debo el poseer una vida sosegada y placentera en la que esfuerzos y contratiempos me son cuidadosamente evitados, en la que mis necesidades se ven con creces satisfechas y mis menores deseos se cumplen con rapidez cuando no se adivinan incluso antes de ser expresados.
Estoy en deuda con mis hijos. A mis hijos les debo toneladas de paciencia, de esa que se derrocha con cualquier desconocido en aras de la civilización y que parece agotarse inmediatamente al cruzar el umbral de la propia casa. En cambio gracias a ellos, que nunca me han escatimado en alegrías, he disfrutado de las mayores carcajadas y de los mejores abrazos. Hoy, Miguel, Alicia, me alegro enormemente de que estéis aquí.
Y me alegro de que estén vuestros amigos, que también son los míos. Me alegro de veros a todos tan jóvenes y en esta academia. Sois nuestro futuro y ojala os veáis en muchas ocasiones como hoy: en lugares donde se preserva el saber y rodeados al mismo tiempo de gente que os quiere.
Estoy en deuda con mis amigos, que cada día me hacen más rica, como persona, pero sobre todo estoy en deuda con mis amigas. A mis amigas les debo quintales de razón, porque son esos seres estupendos que ante cualquier problema lo primero que hacen es darme la razón y alinearse en mi bando. Pueden ofrecer sabios consejos para resolverlo, y a la vez sugerir que tono de uñas sería el mejor para afrontarlo…digan si se puede pedir más.
Y por último estoy en deuda con mi maestro. A mi maestro le debo todo lo que soy profesionalmente y mucho más. No solo le debo la enseñanza de las técnicas quirúrgicas, y su tutela continua hasta llegar a dominarlas, sino que le debo la transmisión de la Ciencia, del Arte de la Cirugía, de su liturgia, de su cadencia, de su ética y de su propia sensibilidad. Más que un aprendizaje esto ha sido como un ritual en el que el chaman, el hechicero, traspasa todos sus secretos a su sucesor y su espíritu habita en él. Ahora yo soy exactamente la cirujana que él adiestró, soy el espejo en se refleja, y se que mis éxitos por tanto son los suyos. Por eso se que este día es especialmente emotivo para él y por eso puedo decir como los toreros, va por ti, maestro.
A todos mis acreedores, les doy las gracias por sus dádivas y mercedes y les anuncio que no podré pagarles con dinero, porque no hay suficiente en el mundo para saldar estas deudas, pero les pagaré con amor, que es otro de los motores que mueven el mundo y a las personas.

A la sazón de mi entrada en esta ilustre académica también descubrí en mí una enorme carestía. A la hora de entonar un discurso, los que serán mis compañeros académicos exhiben una serie de virtudes de las que yo a todas luces carezco.
No poseo la verbigracia andaluza de algunos, ni la capacidad retórica o descriptiva de otros. No dispongo de la espiritualidad ni la filosofía de ciertos académicos elevados, pero además carezco de la vasta experiencia y conocimientos de la mayoría. No ostento cargo alguno representativo o de responsabilidad que me acostumbre a dirigirme a las masas como sucede a nuestros académicos de más renombre. Según las estadísticas de nuestra academia, me encuentro por debajo de la edad mínima, y para remate por no tener, no tengo ni el género que se estila en esta institución. Por todo ello, pensé que debía aprovechar la única cualidad que me hace original y claramente diferente a todos los demás académicos, y esa es que yo soy una mujer.
Y, a pesar de los tiempos que vienen, las mujeres, más que de discursos arengas, o sermones, somos de historias, cuentos, y relatos. Contando cuentos, dicen que una mujer salvó su cabeza y tuvo encandilado a un poderoso sultán durante nada menos que…. mil y una noches….
No pretendo tanto, pero a ver si consigo hilar una narración que también merezca su clemencia y para ello, debo elegir bien a sus protagonistas. Dado el carácter de la profesión que nos reúne hoy aquí, podría elegir que éstos fueran animales, como ya hicieron otros muchos ilustres escritores a lo largo de la historia.
Los primeros relatos de animales con características humanas, como el habla, los utilizaron en la antigüedad grecorromana los esclavos que educaban a los niños patricios, para enseñarles ética y moral. Esopo, Babrio y Fedro han sido los autores mas conocidos.
En la Edad Media circularon por Europa numerosas traducciones de fábulas provenientes del Panchatantra, la más antigua y deliciosa colección de fábulas de la literatura sánscrita. Muchas de ellas fueron a parar a libros de sermones, y el mismo rey Alfonso X manda traducir al castellano una versión árabe, con el título de Calila e Dimna, uno de los conjuntos de cuentos más encantadores que de niña tuve la suerte de leer.
Durante el Renacimiento el mismo Leonardo da Vinci compuso un libro de fábulas y en XVII se revitalizan con las de La Fontaine, Iriarte, Samaniego y John Gay. En el siglo XIX los hermanos Grimm y Andersen escriben cuentos infantiles protagonizados por animales cargados de razón y además la fábula se convierte en un género popular y de burla política.
En estos últimos dos siglos, más que la literatura ha sido el cine el que ha contribuido en gran medida a la visión del animal dotado de raciocinio, pero aún existen escritores que han cultivado el género fabulístico como Augusto Monterroso, Juan Benet o Sam Savage.
Gracias a todos estos autores obtenemos los relatos llenos de seres con forma animal pero adornados con las virtudes humanas y lastrados por sus vicios y servidumbres. Así, todos conocemos a zorras orgullosas que no admiten su incapacidad para coger uvas y lo disimulan con desdén, ranas que solicitan rey y acaban siendo antimonárquicas, y burros con suerte además de afición por tocar la flauta.
A las nuevas generaciones les resultarán más familiares personajes como cierta rata con vocación de chef, tiburones vegetarianos que hacen terapia de grupo, o alguna jirafa hipocondríaca.
A todos estos animales, sus creadores les concedieron los dones del intelecto superior, del raciocinio, nuestra alma, la verdadera esencia de la humanidad.

Y es que estos dones espirituales es lo único atractivo que podríamos ofrecerles, puesto que físicamente nada envidian de nosotros. La adaptación de su cuerpo al medio en el que viven y se desenvuelven es tan insuperable que ningún águila cambiaría su aguda visión por nuestros pobres y despistados ojos, ningún guepardo querría transformar su ágil cuerpo en nuestra torpe osamenta bípeda y cualquier cocodrilo se moriría de hambre, incluso rodeado de ñus en el río Mara, si tuviera que comer armado con nuestra mandíbula y nuestra lentitud de reacción. Sin embargo nosotros sí que envidiamos muchas de las propiedades morfológicas de los animales.

La Biblia, en el libro del Génesis dice que el sexto día dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la Tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.
En realidad, desde que vio el primer rayo, el hombre quiso explicar el mundo y explicarse a sí mismo, para intentar dominar un entorno que le atemorizaba al tiempo que le producía especial fascinación. Así, es el hombre el que crea dioses a su imagen y semejanza, y los dota de atributos, y se reconoce en ellos al tiempo que los adora.
En todas las grandes religiones monoteístas la superioridad del hombre sobre el animal es un dogma de base, como acabamos de oir. Sin embargo el hombre, la última especie en aparecer, la más inadaptada y desnaturalizada, experimenta hacia los animales sentimientos como la envidia, el temor y la culpabilidad. El mundo animal es para él una amenaza, un desafío, un rechazo y un objeto de fascinación al mismo tiempo.
Por eso, de forma fantástica, el hombre siempre ha tratado de adquirir algunas de las propiedades de los animales dando lugar a un elenco sorprendente de criaturas fantásticas.
Por tierra, mar y aire, estos engendros encierran las pesadillas más temibles de la humanidad, pero también sus mayores anhelos, y las inquietudes más íntimas del espíritu humano. Según donde y cuando estos seres son dioses, símbolos, mitos, héroes, o pesadillas…y su presencia pone en duda la afirmación bíblica acerca de la superioridad del hombre sobre las bestias salvajes, ya que, como veíamos antes, cuando obsequiamos con nuestros atributos morales a los animales solamente los hacemos más humanos, sin embargo para nosotros la adquisición de ciertas características del reino animal puede llegar a elevarnos a la categoría de dioses.

Los primeros hombres habitantes de este planeta constituyeron pueblos cazadores y por tanto con un fuerte vínculo con la fauna de su medio, un vínculo más allá de satisfacer sus necesidades de alimento, un vínculo para saciar sus necesidades espirituales, un vínculo místico.
30.000 años antes de cristo, sus rituales ya implicaban el uso de máscaras y disfraces animales para identificarse con ellos, para adquirir sus capacidades, para imbuirse de su poder y de su sabio instinto. Dibujadas en la piedra o talladas en hueso y en madera, dejaron figuras mitad hombre mitad animal, como constancia de su unión espiritual.
De estos primeros orígenes a fabricar y adorar un híbrido fantástico que encarne lo demoníaco o lo divino hay solo un paso.

Desde el III milenio, en el Egipto faraónico, la mayoría de los dioses están representados con cuerpo humano y cabeza animal.
El elenco resultante es bien conocido y todos tenemos en la memoria la imagen del dios solar Horus con cabeza de Halcón, y la de Anubis, con cabeza de chacal, que guía los espíritus de los muertos. Hathor con cabeza de vaca, y Thueris, la diosa de la fertilidad con cabeza de hipopótamo, Sobek el cocodrilo, dios de las aguas, Thot el ibis protector de la sabiduría, y Khnoum, con cabeza de carnero.


Aunque menos populares, lo mismo sucede con las divinidades hindues: Ganesh con cabeza de elefante, Hanuman, de mono, Garuda, de águila, Vajmukha de caballo e incluso el mismo Vishnu que en ciertos avatares figura con cabeza de oso o león.
El budismo tibetano incluye en su doctrina rituales mágicos ligados a divinidades terroríficas de aspecto parcialmente animal Y en las civilizaciones precolombinas proliferaron los híbridos fantásticos, entre otros los hombres-jaguar.
Una bellísima invención de la civilización faraónica, destinada a gozar de una larga posteridad, es el pájaro con cabeza humana. Es un receptáculo del ba, o el alma. El pájaro con cabeza de mujer tiene una connotación más específica. Este ser se asocia al temor de una muerte violenta, o a la idea de que las ánimas de los difuntos vuelven a este mundo para apoderarse de los vivos. Lo encontramos también en Nubia, en Chipre, entre los etruscos, los coptos, musulmanes, hindúes y cristianos; en todo oriente desde Siria hasta Java e incluso allende los mares en la cultura maya.
Sin embargo es en el mundo grecorromano donde estos seres alcanzarán la fama. De entre estos híbridos de mujer-pájaro hay uno cuyo nombre es sinónimo de la perfidia o la maldad femenina: la arpía. (las raptoras, del griego harpé, halcón). Si bien al principio fueron las diosas de las tempestades para Hesíodo, Virgilio las transforma después en criaturas infernales, sucias y odiosas.
En la Eneida podemos leer: “ Ningún monstruo más lúgubre que ellas, y ninguna peste más cruel, la ira de los dioses las engendró en las olas de la Estigia. Virginales son los rostros de estas aves: su vientre echa inmundísimo flujo, y tienen las manos con garras y pálida siempre de hambre la tez. En vuelo horripilante aparecen las arpías y sacuden entre grandes graznidos sus alas y nos roban la comida y todo lo ensucian con su inmundo contacto, terrible suena su voz entre sus fétidos olores….


La asociación de ideas mujer-pájaro-perfidia se mantiene tanto a lo largo del tiempo que hasta Goya lo incorpora en sus Caprichos para representar a las mujeres de mala vida, en cuyas garras sucumben los hombres. El concepto como sabemos permanece hasta nuestros días y hoy las arpías no tienen alas…… pero habitan entre nosotros…..

Estas mujeres con cuerpo de pájaro son las que Homero llamó seirén, en la Odisea, y las que intentaron atraer a Ulises con su canto seductor pero fatídico. Sin duda por esta manía suya de estrellar marinos contra los arrecifes fueron consideradas monstruos en la cultura grecolatina.
Con el tiempo sufren una metamorfosis, quizá porque se ahogaron en el mar al no poder derrotar a Ulises, quizá por identificarlas con las nereidas, hijas de Nereo, que vivían en el fondo del mar, o quizá son un refrito varias diosas, desde la Derketo siria, mujer-pez y diosa de la fecundidad, hasta la Afrodita griega, símbolo de la belleza y la seducción.
El cristianismo termina de precipitar esta evolución y a partir de la Alta Edad Media las sirenas son criaturas marinas, mujeres con cola de pez, peligrosamente seductoras e imposibles de capturar.
Son un claro aviso de los peligros de adentrarse en los mares oscuros y desconocidos de una tierra aún plana para la mayoría y, gracias a los teólogos medievales también son el símbolo del pecado de la lujuria, que conduce al infierno, y de los riesgos de la seducción femenina.
Y parece ser que otras culturas comparten esta opinión pues en la India antigua sus primas, las Apsaras, son las danzarinas celestiales del dios Indra, habitan las aguas e intentan seducir a los ascetas y apartarlos de su espiritualidad. Y es que en todas partes cuecen habas……




Terroríficas o tentadoras, todas las sirenas se distinguen por la calidad de su canto. En el último libro de La República de Platón, ocho sirenas cantan cada cual una nota que juntas componen la armonía pitagórica de las esferas celestes. Dice el filósofo que “del canto de las sirenas depende el equilibrio del mundo”.
Su parte femenina las hace contradictorias: bajo un aspecto voluptuoso, sensual y atrayente se oculta una implacable frialdad hacia el hombre; y son claro exponente del fatalismo, al despertar en él un amor al que deseará abandonarse aún sabiendo que le acarreará la muerte.
Con los años pasaron de ser un peligro para marinos a seres más humanizados, con una imagen más dulce y menos truculenta y así, algunas de las sirenas más bellas y vulnerables fueron las halladas por Oscar Wilde y por Hans Christian Andersen.

Aunque en Egipto, los híbridos de hombre y animal alcanzaron la categoría de dioses, el más popular sin embargo no es uno de ellos, sino un ser llamado la Esfinge, y entre ellas la de Gizeh, a la que los egipcios llamaban Hu, o en árabe Abou el-Hol, el padre del terror.
Perteneciente al reinado de Khefren la colosal esfinge impacta por la solemnidad con la que protege la gran pirámide donde yace su faraón. La naturalidad con la que el rostro del hombre con el tocado faraónico se articula con el cuerpo de león la convierte en una obra maestra del arte universal.
Sin embargo, la genialidad que inspiró una creación de tal magnitud permanece impenetrable cuatro mil años más tarde. Ningún documento nos permite adivinar que pudo significar durante el Antiguo Imperio. Podemos relacionar que está edificada en el borde del Nilo, y que la crecida del río, de la que dependía toda la vida del valle, se iniciaba en verano, precisamente cuando el sol entraba en la constelación del León.

La relación del león con el agua permanece hasta nuestros días y es por ello que en la mayoría de los países mediterráneos, el león escupiendo agua es un ornamento tradicional de las fuentes públicas.
La esfinge egipcia representa el poder del faraón; símbolo de la fuerza y la nobleza, los reinantes la utilizaban para reforzar su imagen de superioridad frente al resto de los hombres.
Tutmosis II, de la última dinastía, la protege de los lodos, y comienza su vinculación al culto solar y su capacidad de alejar los malos espíritus. Así proliferan por el valle del Nilo y las encontramos en todas las civilizaciones orientales y mediterráneas herederas de la faraónica: Siria, Mesopotamia, Grecia, Roma….

La esfinge egipcia, serena, majestuosa y protectora en nada se parece a su pariente griega, bastante más psicópata.
En su etapa helénica la esfinge cambia bruscamente de sexo y se le agregan un par de alas y además, la esfinge griega ha sido posiblemente la primera asesina en serie de la historia. Como buena griega era, además de asesina, filósofa, y concedía una oportunidad a sus víctimas haciéndoles previamente una pregunta existencial.
Vivía en una montaña al oeste de Tebas. Tenía rostro de mujer, pecho y patas de león y alas de ave de rapiña, pero esto era lo menos que se podía esperar teniendo una madre como la suya, Equidna, la víbora, una mujer con cola de serpiente, experta en engendrar monstruos tan horribles (como la quimera) que, de hecho, la esfinge se puede considerar de sus hijas más favorecidas. Criatura resentida, cargada de odio y con evidente mal perder, acabó suicidándose cuando Edipo contestó correctamente a su pregunta.
Gracias a la literatura con el tiempo se despoja de su carácter negativo para ser el símbolo del enigma por excelencia, de las grandes preguntas de la humanidad, del sentido existencial de la vida, de la mujer y de la sabiduría silenciosa.



Más o menos en esta misma época de la Grecia clásica, cerca del Reino de los Muertos, en el Jardín de las Hespérides habitaban tres mujeres con los cabellos de serpientes, dientes como colmillos de jabalí, manos de bronce y alas de oro.
Las llamaban Górgonas y de las tres solo una, Medusa, era mortal. Originalmente era una bella joven pero Atenea la castigó por vanidosa.
Una solo mirada suya podía convertirte en piedra, uno sólo de sus rizos podía vencer a un ejército y la vena izquierda de su cuello proporcionaba un veneno mortal, mientras que de la derecha manaba sangre que podía resucitar a un muerto.
Por eso y aunque no era fácil vencerla, los hombres la perseguían codiciosos de su sangre y sus rizos. En estas condiciones Medusa vivía atemorizada por su vida y llena de rencor y amargura por haber perdido su antigua belleza y su vida social y sentimental, hasta que por fin Perseo cortó su cabeza acabando con esta existencia atormentada.
Por encima de la historia, algunos creen que la decapitación de medusa simboliza la anulación de la mujer y la victoria y el dominio de la sociedad patriarcal. Medusa significa “sabiduría femenina y soberana” y según parece la podemos considerar pionera y mártir de la causa feminista, que fue silenciada con violencia, quedando el poder de su cabeza bajo el control de un hombre.

Todas las religiones y culturas han dado cobijo a estos seres pero si en una se han sentido especialmente mimados es sin duda en la mitología griega.
Esta nos cuenta que el minotauro fue el escándalo de la prensa del corazón en la Creta gobernada por el rey Minos.
Hijo de un affaire de su esposa, la reina Pasifae, con un toro enviado por Poseidón su verdadero nombre era Asterio o Asterión, pero popularmente se le llamó Minotauro, para humillación de Minos y sobre todo de su rey, que, avergonzado del monstruo-hijo-bastardo de su mujer, le alojó en un laberinto que encargó al arquitecto ateniense Dédalo, del que fuera imposible hallar la salida.
A este monstruo con cabeza de toro y cuerpo humano se le sacrificaban periódicamente jóvenes atenienses hasta que Teseo que iba a ser uno de los sacrificados y Ariadna enamorada de él, deciden solucionar el problema matando al minotauro. Un auténtico culebrón de la época, sin duda.
Aunque sin alcanzar el carisma del minotauro Asterio, es verdad que otros seres similares proliferan en Mesopotamia, Siria y Persia hasta la conquista musulmana.

Poco después de todo este drama, sucedió un buen día que Ixión fue invitado por Zeus al Olimpo para purificarse de sus pecados, todos relacionados con el sexo y la bebida. Sin embargo éste, lejos de arrepentirse, se dedicó a seducir a Hera, que se transformó en una nube para escapar de su acoso. Fruto de los amores de Ixión con la nube nacen los centauros.
Mitad hombre, mitad caballo, fueron el auténtico terror de las mujeres de la Grecia antigua, entre otros méritos igualmente dudosos. Estos vástagos eran igual que su padre: Borrachos, lujuriosos, pendencieros y malhumorados. De su desbordante sensualidad no se salvó ni la mujer de Hércules (Deyanira) ni más recientemente, cierta profesora del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, y, según parece, casi nadie ha visto un centauro sobrio.
Una versión previa y algo más edulcorada es el sagitario, o centauro que tira con arco (del latín sagitta, flecha), de origen mesopotámico y más extendido hacia oriente. Es especialmente significativa la imagen de estos sagitarios apuntando hacia la cabeza de dragón que está al final de su propia cola, y que se interpreta como el símbolo de los esfuerzos que hace el hombre por dominar sus malos instintos.
Una excepción a la regla general de híbridos cuadrúpedos, maltratadores femeninos, borrachos, y con mal genio es la de Quirón, un centauro muy diferente. Su doble naturaleza se la debe a Cronos convertido en caballo para amar a la ninfa Filira, una madre que tuvo muchas razones para estar orgullosa de su hijo.
Fue maestro de Jasón, de Aquiles, de Hércules y hasta del dios Apolo. Además de impartir música y artes guerreras fue sobre todo un gran médico que dio lecciones a Esculapio, el mismísimo dios de la medicina y curó la primera herida de Aquiles, su famoso talón, realizando así el primer transplante de la historia médica.
Padre de la medicina experimental, para nosotros como veterinarios es una figura central como cirujano y sanador de bestias y Plutarco le atribuye el primer tratado sobre enfermedades del caballo.
Medio hombre y medio caballo, Quirón es el símbolo de la unidad de la ciencia, por encima de su aplicación a una u otra especie.

Fabricados de una pasta similar a los centauros y asociados ocasionales en orgías y atropellos fueron los faunos y los sátiros, divinidades campestres provistas de cuerpo peludo, patas de cabra y torso y rostro de humano barbudo, dos cuernos y dos largas orejas puntiagudas.
Son compañeros y compinches del dios Pan, nacido también mitad cabra y mitad hombre. Es curioso que contrariamente a lo que sucede en muchos casos, sobre todo entre los dioses, que suelen carecer de padre conocido, Pan era hijo de Hermes, pero de madre desconocida, aunque se especula con que quizá fuera la cabra Amaltea. Aunque Pan significa “todo”, este dios renunció al poder y a la vida de intrigas, amor y lujo del Olimpo, y prefirió dedicarse a inventar la flauta y a llevar una vida sencilla en el campo de Arcadia, donde en ocasiones ayudaba a los pastores, y en otras despertaba en ellos un terror denominado pánico en honor a su nombre, sobre todo si perturbaban su profunda y plácida siesta.
Este comportamiento imprevisible le convierte en el dios de las fuerzas irracionales que mueven el mundo y emanan de la tierra, empezando por la sexualidad. Eso explica a la vez la mala reputación del Dios y también su inmensa popularidad. Tanto es así que la imagen medieval del demonio es idéntica a la del dios Pan, curiosamente.
Los sátiros también formaban parte del séquito del dios Dionisio, o Baco para los romanos, dios del vino, desenfrenado, alegre e irresponsable.

El famoso rey Midas, adquirió el poder de convertir en oro todo lo que tocaba al capturar a Sileno, un viejo sátiro, compañero de Dionisio, que casi siempre andaba ebrio. En una de estas monumentales curdas lo encontraron unos campesinos que lo llevaron ante su rey. El don del rey Midas fue el rescate que tuvo que pagar Dionisio para que le devolvieran a su amigo Sileno.
Ya sabemos que el oro no le trajo la felicidad, pero las cuitas del pobre rey Midas no acaban aquí y siguen guardando relación con el mundo animal, puesto que terminó sus días con unos apéndices extras. Para que aprendáis a no intervenir en disputas de dioses os diré que Midas fue el juez de la versión de Operación Triunfo de la época y tuvo que votar entre los finalistas, Pan tocando la flauta o Apolo con su lira y votó por Pan. Por supuesto Apolo se lo tomo con escasísima deportividad y castigó su falta de oído musical otorgándole unas hermosas orejas de asno.

Pasa el tiempo y las generaciones de hombres se suceden, pero los dioses y los mitos permanecen. La edad media y las sucesivas los heredan y aportan nuevos seres merced a nuevas fuentes. El hombre que antes creaba seres fantásticos por idolatría o temor reverencial hacia su entorno, ahora comienza a observar la naturaleza como una ciencia, pero no por ello abandona la herencia mitológica.
Aristóteles es el primer naturalista con pretensiones científicas, pero se pierde en el universo del mito. Así, en su Historia de los Animales encontramos a muchas especies actuales, pero también aparecen descritos hasta 20 animales fantásticos, entre ellos, el asno salvaje unicorne o monoceros y el dragón, sin que haya distinción alguna entre los reales y los imaginarios.
Plinio el Viejo fue el gran difusor de las crónicas de Aristóteles y de los mitos indios, persas y griegos y transcribe las leyendas más inverosímiles, dándoles total credibilidad, de forma que su Historia Natural está llena de descripciones de animales como el achlis, el leucrocotas, la anfisbena, el catoblepas, monocerontes, licántropos, y aves fénix.
Nos cuenta que “hay entre los etíopes un animal llamado mantícora. Tiene cara y orejas de hombre, ojos azules, tres filas de dientes, cuerpo carmesí de león y cola que termina en un aguijón, como los alacranes. Dispara espinas venenosas, corre con suma rapidez y es muy aficionado a la carne humana”. Esta criatura no es pariente ni de quimeras ni de górgonas y ningún héroe alcanzó la fama por matarla. Para Plinio y los demás naturalistas no es un mito que habite en el Olimpo, sino un ser cuya existencia es exótica, pero totalmente real.
Todas estas obras devinieron en fuentes inagotables de inspiración para los autores de bestiarios, y todas ellas, por sí solas, merecerían horas de deliciosa y divertida disertación. También numerosos teólogos recogen esta abundante información sobre los animales reales y fabulosos: San Ambrosio, San Agustín en su inmensa obra, y finalmente San Isidoro, que recoge en Las Etimologías todo el conocimiento de los naturalistas precedentes.
Si para otras religiones estos híbridos mitológicos fueron dioses, el cristianismo los acoge, no como ídolos que adorar, sino como ejemplo de actitudes impropias del creyente, metáforas para expresar moral, ilustrar virtudes o vicios. No es extraño, que los artistas de la época, con la excusa de representar escenas que infundan temor de dios, y con tanto relato fantástico más alucinógeno que el LSD, pueblen de seres monstruosos los capiteles, altares, pórticos, frontispicios, bóvedas, tribunas, criptas, lienzos y tablas de todo edificio religioso que se construye. Son imágenes destinadas a sumergir al creyente en el temor, para poder conducirlo después al arrepentimiento y a la fe. Imposible no citar aquí como claro ejemplo la pintura de Jerónimo Bosco, paradigma del artista imbuido de la visión medieval onírica y grotesca, de una época cruel y llena de ignorancia y epidemias.
Aunque digamos que híbridos y monstruos han servido al cristianismo sólo como símbolo y ejemplo para evangelizar, no debemos, de cualquier modo mofarnos de las religiones que los idolatraron. No olvidemos que en la religión católica los ángeles que se adoran son humanos alados el demonio que se teme tiene patas y cuernos de macho cabrío.




En la Edad Media, otra de las mayores fuentes de aportaciones de híbridos fantásticos son los relatos de viajes. Los europeos siempre han sido grandes viajeros y en esta época las travesías son fácilmente fuente de sorpresas y maravillas pues mucho era lo desconocido. A su vuelta, las aventuras y descubrimientos de estos viajeros se prestan al relato, con la condición de que éste asombre y no sea aburrido, y por tanto se exagera y se imagina lo que para ello sea menester. El lema de estos documentalistas pioneros podría ser el de aquel famoso bluesman: no dejes que la verdad te estropee una buena historia.
El médico griego Ctesias fue el precursor de estos relatos, al pasar varios años en Persia. En realidad no llegó allí como osado explorador sino que fue capturado como esclavo, pero ya que estaba, supo aprovechar su situación de observador involuntario y anotó lo que veía, y lo que narraban otros viajeros de países cercanos, como la India. Sus “Historias de Oriente” son la primera descripción en la literatura de tres animales fantásticos con gran porvenir, como la mantícora (que luego retomó Plinio), el grifo y el unicornio.
En la literatura medieval dos grandes relatos de viaje servirán de referencia, y ambos son, en gran parte imaginarios. El primero es la “Navigatio” que narra la odisea de San Brandán, monje irlandés del siglo VI que partió en busca del paraíso, y el segundo es el Romance de Alejandro, un joven héroe griego en viaje a las Indias. Ambos relatos se sitúan en el oriente misterioso y albergan una fauna de animales fabulosos y de extraños especímenes de la humanidad exótica.
A partir del siglo 13 parten de Europa los primeros peregrinos, misioneros y exploradores de Asia como Guillermo de Ruysbroeck, franciscano flamenco enviado por el rey ante el gran khan de Mongolia, el mercader veneciano Marco Polo que dictó el “El libro de las maravillas del mundo” a su regreso de Oriente, el franciscano Odorico de Pordenone, empeñado en difundir el evangelio en China, y André Thevet que recorrió primero Asia en el siglo XVI recogiendo la información en su “Cosmografía”, y después el nuevo mundo.
Entre estos valientes exploradores deberíamos incluir al inglés John de Mandeville, sin embargo no lo hacemos porque sabemos que nunca llegó más allá de Jerusalén, debido a que era hombre enfermo de reuma y de temperamento medroso, todo lo cual no supuso un problema para que describiera el mundo hasta sus confines en el siglo XVI y que este texto fuera traducido a todas las lenguas europeas, y sirviera de inspiración para las fantasías de los cartógrafos.
De estos viajes, una de las aventuras más deliciosas es la que nos cuenta Odorico, el franciscano, a raíz de su visita a un templo budista donde se encuentra con unas extrañas criaturas.
El monje budista que le acompaña toma dos grandes vasijas llenas de restos de comida, las deposita en un jardín y dice Odorico que “al agitar una campanilla bajaron del monte hasta tres mil bestias, que tenían rostro humano, y forma parecida a las marmotas. Cuando estas hubieron comido todas regresaron adonde habían venido. Yo lo tuve por gran maravilla”.
Recordemos que en los monasterios budistas se acogen a menudo a los monos, cuidándolos y alimentándolos. Quizá la gran maravilla observada por Odorico tenga cierta relación con esto…..
André Thevet dice que en el Mar Rojo, los nativos le trajeron a la bestia Thanacth, una criatura semejante a un tigre, sin cola, con las manos delanteras y el rostro de un hombre, chato y con pelo negro y rizado para más señas. En África encontró una bestia del tamaño como un mono grande, con rostro y cabeza de niño. Una vez capturado este ser solo lanza suspiros y los salvajes del lugar le informan de que solamente vive de viento.
Mandeville, que no retrocede ante las mayores audacias, nos relata que “En aquesta tierra hay animales llamados hipotonies, los cuales son medio hombre y medio caballo. Y cuando ellos alcanzan alguna persona, ellos se la comen”.
Entre las muchas maravillas que encuentran estos viajeros se hallan ciertos híbridos de ser humano y animal denominados cinocéfalos. Marco Polo, nos dice de la isla de Agamán en la India: “pues en verdad os digo que todos los habitantes de esta isla tienen cabeza de perro y dientes y ojos como los de este animal. Son gentes muy crueles, que se comen crudos a cuantos hombres pueden capturar”. Odorico se los encuentra en la isla de Vacumerán y Mandeville va más allá al afirmar que son razonables y de buen entendimiento.
La descripción de estos seres y su comportamiento nos recuerda en cierta medida a la del hombre lobo, y es cierto que, el encuentro de los viajeros con tribus salvajes de aspecto animal, lenguaje gutural y costumbres antropófagas debió contribuir a dar veracidad a este mito, aunque realmente su origen es más antiguo y más incierto.
Herodoto, viajero e historiador, en el siglo V a.c. nos habla de los “neurianos”, que una vez al año se transformaban en lobos, y Petronio, en el siglo I, nos relata el caso de un soldado que se convertía en lobo ante los ojos horrorizados de su criado.
El rey húngaro, Segismundo, consiguió que la Iglesia, en el Concilio Ecuménico de 1414, reconociera oficialmente la existencia de los hombre-lobo. Este hecho sumado a las características sociales y sanitarias de la época hizo que el mito del hombre lobo adquiriera enormes proporciones, y se convirtiera en un problema de seguridad pública, implicando al Santo Tribunal Eclesiástico, que procesó y condenó a la hoguera a más de 100.000 presuntos hombres-lobo entre los siglos XV y XVII.
La ciencia ha intentado buscar explicación a la existencia de este ser. Las teorías antropológicas nos dicen que originalmente debió obedecer al deseo del hombre de poseer el poder y la fiereza de las bestias salvajes de su entorno, para sobrevivir en un mundo hostil. Así, existen versiones de hombres–bestia en casi todo el mundo variando el tipo de animal según el lugar: hombres-tigre de la India, hombres-pantera, leopardo, hiena o cocodrilo de África, o los hombres-oso rusos y escandinavos.
Por otra parte los afectados de hipertricosis, hirsutismo o porfiria, en una sociedad sin cocimientos médicos suficientes, han podido pasar perfectamente por hijos de lobo, debido a su apariencia peluda.
En los siglos XVIII y XIX, los distintos casos de niños salvajes criados entre animales, contribuyeron a alimentar esta leyenda, si bien la comunidad científica los documentó y estudió con rigor consciente que no eran ni híbridos ni diablos.
Actualmente la teoría más aceptada es la de la enfermedad mental. Igual que el mito a veces es hombre y otras lobo, el enfermo sufre temporalmente una violenta y feroz personalidad, con rasgos de sadismo y canibalismo. Muchos condenados medievales por licantropía fueron en realidad psicópatas asesinos que despedazaban y devoraban a sus víctimas, y en la actualidad este perfil es fácilmente reconocible en asesinos tristemente famosos como Manuel Blanco Romasanta, el hombre-lobo de Allariz o el Carnicero de Rostov.

Volviendo a nuestros osados pioneros de los viajes, y a sus maravillosos hallazgos, todos ellos dicen encontrar por esos mundos sirenas con cola de pez y mujeres-serpiente sin mayores problemas.
Los navegantes portugueses muy creyentes en historias de sirenas, no tardan en hallarlas en sus travesías por la India. Algunos misioneros portugueses y Dimas Bosque, de Valencia, medico del virrey de Goa, en 1570, fueron testigos de la captura de siete hombres marinos y nueve mujeres cerca de Ceilán y el último hizo el examen anatómico de uno de los monstruos, convenciéndose de la semejanza de su organismo con la del hombre.
Con estos antecedentes, los navegantes españoles, en sus primeras expediciones al Nuevo Mundo, no podían por menos que toparse con estos seres marinos. El mismo Cristobal Colón registra en el libro de bitácora haber visto una sirena frente a las costas de Florida, en 1493, si bien el encuentro fue decepcionante pues dice el marino que “se elevaron del mar pero no eran tan hermosas como se representaban y tenían el rostro algo hombruno, si bien no dañaron la nave”.

 Se ha comentado repetidamente que para los marineros sometidos a privaciones en las largas travesías, faltos de compañía femenina, e imbuidos del mito de las sirenas, las sinuosas formas de manatíes, focas, leones marinos y similares, debieron parecerles modelos de Rubens.
En el XIX se fundan muchos museos de historia, algunos de los cuales poseen especímenes algo engañosos.
En los puertos de los mares del sur (Macao, Singapur), los comerciantes chinos se dieron cuenta de la atracción de los occidentales por los híbridos, reales o inventados, que pudieran esconderse en el misterioso oriente. Entonces comenzaron a fabricar monstruos, sobre todo sirenas, mezclando pieles o esqueletos de distintos animales, que después vendían a los europeos y americanos como si fueran eslabones de la evolución. (Esto sin duda fue un primer esbozo de lo que luego serían las tiendas de los chinos).
Muchos de estos híbridos inventados fueron exhibidos en museos donde serían tomados por verdaderos y admirados por el público.

Un monstruo es algo que existe contra natura. La unión de humanos y animales da lugar a híbridos monstruosos y así se explica desde Plutarco la existencia de minotauros, silvanos, egipanes, esfinges y centauros.
El alumbramiento de seres deformes y monstruosos era asunto corriente durante la Edad Media y es fácil imaginar la fascinación que producían y las teorías científico-teológicas que se elaboraban al respecto. Llenas de estos seres y repletas de explicaciones sobre su formación se encuentran las crónicas de Rolenvinck y de Schedel, de últimos del 1400, la Cosmografía de Sebastián Münster, la Historia animalium de Conrad Gesner, el Prodigiorum ac ostetorum chronicon de Conrad Wolfhart, mas conocido como Licosteno, y la Cosmografía de André Thevet, todas ellas de mediados del 1500.
Entre todas estas obras, me quiero detener en una como es el tratado “De monstruos y prodigios” del cirujano Ambroise Paré. Paré pretende recoger todas las anomalías que un médico de su tiempo pudiera encontrar, pero, para nosotros, es el testimonio de un hombre cultivado de la segunda mitad del siglo XVI, crédulo y lleno de ingenuidad, que no encuentra asombroso el nacimiento de vacas bípedas o de monstruos marinos. Para este ilustre médico, las causas de los monstruos son varias y a cual más razonable.
Concretamente los híbridos son consecuencia directa de la cólera de Dios.
Son un castigo divino al copular como animales con una mujer manchada de sangre menstrual, y este acto, al ser brutal, engendrará brutos, animales, hibridados de humanos. Paré aporta como prueba este potro con cabeza humana nacido por tal causa en Italia y este ser con un cuerno en la cabeza, dos alas, una sola pata de ave, un ojo en la rodilla y ambos sexos.
Según Paré otra causa de niños monstruosos es la imaginación ardiente y obstinada que puede tener una mujer mientras concibe.
Por ello, y cito “es preciso que las mujeres, a la hora de concebir y cuando el niño no está aún formado no miren ni imaginen cosas monstruosas”. O s, viene a ser como lo de los antojos, que si la madre los tiene el niño nacerá con un mancha, pero a gran escala.
Paré también elabora teorías llenas de lógica, como que estos híbridos nacen como consecuencia de la confusión y mezcla de semen y son productos de los sodomitas y ateos que se aparean contra natura con las bestias. Paré nos muestra, como resultado de estos actos abominables, este niño engendrado de una mujer y un perro, o estos seres que parieron dos cerdas tras mantener un idilio con algún vecino del pueblo.
Aparte de estas teorías y de sus pruebas científicas, Paré también recoge los testimonios de viajeros que han visto tritones y sirenas en el Nilo, monstruos marinos con cuerpo de niño, con cabeza de fraile o mejor aún, con aspecto de obispo con su mitra y todo, que hasta en los monstruos hay jerarquías.
Aunque nos parezca mentira, la obra de Paré gozó de reconocido prestigio entre las élites cultivadas del momento. Tras ella, los tratados teratológicos como el Monstruorum Historia de Aldrovandi se multiplicaron en el siglo XVI y el XVII y hasta mediados del XVIII los naturalistas siguieron creyendo que el acoplamiento entre especies era posible y fructífera.
Aunque siempre fueron del gusto, bastante dudoso, de reyes y nobles, en el siglo XIX y hasta principios del XX, fue toda una moda que humanos con deformidades y anomalías congénitas se exhibieran en los circos y ferias.
Entre ellos, los presuntos híbridos de hombre-animal, fueron de los fenómenos más apreciados, por su éxito entre las masas y por las ganancias que reportaban.
Theodore Petroff, el hombre-caniche y su sucesor en el circo, Stephan Vibroski el hombre-leon, fueron dos de la maravillas circenses más populares del siglo XIX. Cultos y divertidos, fueron muy queridos por el público y la prensa, y realizaron una exitosa carrera en el mundo del espectáculo.

La realidad, una vez más es capaz de superar a la ficción, a la mitología y al relato fantástico y prueba de ello es la historia de la “mujer-oso”. También conocida como la “mujer-mono” o el “híbrido maravilloso” se llamó en realidad Julia Pastrana y nació en 1834 en Méjico afectada de hipertricosis e hipertrofia gingival, resultando de lo cual un cuerpo de 137 cm, enteramente cubierto de pelo negro y abundante, con una mandíbula inusualmente prominente y varias filas de dientes desordenados. Un manager sin escrúpulos se casó con ella para poder exhibirla, y estando embarazada llegó a vender entradas para el parto, sin embargo, tanto ella como su vástago fallecieron en los días posteriores al alumbramiento. Para poder continuar con el negocio, el marido los mandó embalsamar, a ella concretamente vestida de bailarina rusa, al gusto de la época, aunque más bien fue un auténtico trabajo de taxidermia.
Tras muchas peripecias, hoy sus cuerpos se conservan en el Instituto de Medicina Forense de Oslo, donde solo están disponible para estudios científicos.
A pesar de que la comunidad médica de la época conocía la base patológica de estos fenómenos, no faltaron pésimos profesionales de la medicina que por ignorancia o interés certificaron que, en efecto, eran producto de la hibridación de hombre y animal, ayudando así a la confusión del vulgo respecto al origen de estos seres. Otros hombres de ciencia, por el contrario, demostraron su calidad humana y científica ante estas anomalías de la naturaleza.
El caso más popular y totalmente real, fue el de Joseph Merrick, nacido en Inglaterra en 1862 y conocido en la historia como el hombre-elefante. Deforme y monstruoso, pero dotado de una personalidad extremadamente dulce y sensible, vivió una vida llena de marginación e infortunios y fue explotado en una feria donde era exhibido y tratado como un animal hasta que fue rescatado por un joven doctor: Frederick Treves.
Este cirujano reconocido y científico notable, que pasará a la historia por ser el pionero de la cirugía abdominal, no sólo aportó a Merrick cuidados y dignidad humana, sino que le dio un verdadero hogar y una vida social, llegando a ser una celebridad en la sociedad victoriana.
Basada en esta historia real, en 1980 David Lynch dirige una película de culto, emotiva y dramática, con un reparto de lujo. Precisamente, la primera escena de la película muestra a un elefante arrojándose contra una mujer indefensa, dándole un cierta connotación sexual. El mismo Merrick atribuía su deformidad a esta causa, y así lo pregonaban sus explotadores circenses y lo creyeron muchos de sus contemporáneos. No así el Dr. Treves ni sus colegas, aunque no supieron dar un nombre a la enfermedad. Algo normal si se piensa que el Síndrome de Proteo, que fue la verdadera afección de Joseph Merrick, no se describió hasta un siglo después, en 1979. Bastante hicieron estos grandes médicos al estudiar el fenómeno en vida, con rigor científico, y a la vez con cariño y respeto y conservando su esqueleto y sus órganos para la ciencia tras su muerte a los 27 años de edad.
Su actitud debe servirnos de ejemplo y admiración y se ajusta de forma excelente al lema de nuestra academia: “Ex scientia dignitas”.


Atravesando el tiempo nos encontramos ya en el siglo XXI. Hemos sonreído con la ingenuidad de nuestros antecesores porque en nuestra era la visión del mundo y de la vida es muy diferente. En nuestro planeta ya no quedan lugares remotos por descubrir, y la información sobre cualquier fenómeno natural es objetiva y ampliamente documentada. Hemos descrito el mapa del genoma humano, y desvelado nuestros orígenes; y sabemos lo suficiente como para separar con éxito a dos siamesas unidas sin confundirlas con la hidra de Lerna ni condenarlas a la hoguera. El hombre de hoy ya no está en comunión con la naturaleza ni tampoco la teme, sino que la domina y somete a los animales.
En este ambiente, parece que ya no pueda haber lugar para los híbridos mitológicos, sin embargo, basta mirar a nuestro alrededor para comprobar que no han desaparecido y que hombres-lobo, centauros, sirenas y faunos habitan en nuestros libros, ordenadores y cines llenos de vitalidad y realismo, dispuestos a vivir nuevas aventuras, sin aparentar que tienen tantos años como el hombre sobre la tierra, como si acabaran de nacer y de ser descubiertos por las nuevas generaciones, como si no tuvieran una gran historia a sus espaldas, fruto de una larga relación con el ser humano.
Hoy, a los que ya existen, se suman otros híbridos fantásticos, nacidos del estilo de vida y pensamiento de estos nuevos tiempos. Si en los tiempos pasados los híbridos monstruosos eran consecuencia de la cólera de dios, ahora son consecuencia del hombre de ciencia que juega a ser dios alterando las leyes naturales y recibiendo castigo por su osadía.
Ejemplo de ello es el científico Jeff Bundle que decidió probar con él mismo el aparato de teletransportar objetos que había desarrollado. En el proceso de desintegración y recuperación molecular una mosca se introdujo con él en la cámara convirtiéndole en un terrible híbrido. El físico nuclear Otto Octavius inventó unos brazos mecánicos que le ayudaran a manipular sustancias en sus experimentos de física atómica. Debido a una explosión radioactiva los tentáculos quedaron fusionados a su cuerpo y a su médula, convirtiéndole en una especie de pulpo de 8 brazos. El joven fotógrafo Peter Parker asistió a una demostración científica durante la cual fue mordido por una araña manipulada genéticamente. Al poco tiempo descubrió que poseía la fuerza y la agilidad de la araña y un agudo “sentido arácnido”, que le vinieron de perlas para frenar al Dr. Octopus en sus desmanes. La evolución del hombre es un proceso lento pero a veces da un gran salto debido a mutaciones, originando humanos dotados de alas para volar, dientes de tigre, lenguas de sapo, o instinto de lobo.
Y vendrán más…….
La combinación de hombre y animal arroja tantas posibilidades que no terminará aquí.
A veces dioses, a veces monstruos, a veces seres desgraciados y a veces superhéroes, pero siempre fascinantes.
Me doy cuenta ahora de que prometí contarles un relato, un cuento y que no he pasado de elucubrar sobre sus protagonistas y aún tengo tanto que decir.
Me hubiera gustado contarles que pienso que esta academia y los profesionales de la veterinaria tenemos además un papel especialmente relevante en todo lo que acaban de oir, puesto que la naturaleza animal de estos seres algún día también enfermará y necesitarán de nosotros y de nuestra ciencia y por tanto, deberíamos empezar a formar veterinarios especializados que sepan de sus peculiaridades, su cuidado y patologías propias. Pienso que esta formación debería comenzar con una asignatura en la que se estudiara el manejo de estos seres, por ejemplo incluyendo en el temario que la única forma de atrapar un unicornio vivo es buscando……
…pero me extiendo ya en demasía, así que esta será otra historia y tendrá que ser contada en otra ocasión.

Hasta entonces, gracias por su paciencia…..













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